Monday, May 25, 2015

Te Invito A Mi Casa










Te Invito A Mi Casa

En mi casa hay paredes con madera y yeso que cuelgan los cuadros de las fotos de las caras que vivieron ayer. Hay tubos de fierro que regalan el ruido del agua caer cuando mamá lava los trastes por la tarde después de comer. El agua que brota como magia a la hora de bañarme cada noche, al lavarme los dientes, la cara, y desprender del agua sucia que se escapa por el trono blanco pegado al piso sin mover. El agua caer que ha caído demasiado y creado la sequilla del estado. El agua que quita el pecado al nacer, es el agua que quita la grasa de mis trastes y la mugre de mi ropa para poder usarla otra vez.

Y qué me dices de los alambres de la luz que alumbran la sala cuando se mete el sol y deja obscuro para no ver los pasos entre los muebles y zapatos regados en el camino entre mi cuarto y el baño colocado en la esquina opuesta del departamento de setecientos pies cuadrados?  La luz de los focos que reemplaza el sol cuando no está porque la luna no es lo suficientemente poderosa para permitir ver.  Los alambres de la luz que alumbran la caja de la sala. La caja de las caras, los sonidos, las voces, las novelas que me sé de memoria por tanto que las pasan y por tanto que no las puedo dejar de ver. La sala se convierte en el auditorio principal para juntas sin talla.

El sofá donde papá se acuesta cuando está bastante borracho para llegar a su cama. El sofá donde mamá cabecea y pretende estar viendo la tele, el mismo sofá donde la niña se sienta para hacer la tarea.  El sofá que pretende ser armario para la ropa recién lavada, planchada, y doblada los domingos por la tarde. El sofá que se mueve cada año para poder acomodar los adornos de diciembre.

La sala que da posada a los monitos de barro, rodeados de alambres de luz que prenden y apagan sin falta cada año. La luz que se prende y se apaga.

La luz que entra por el vidrio del balcón es la luz que alumbra el comedor. Las horas no existían con las conversaciones de la mesa de comer. Cuando comían cinco y ahora come uno o come nadie. Cuando peleaban niños o gritaba mamá mientras calentaba las tortillas en el comal sobre la estufa en la cocina que usa los alambres de luz para dorar un poco más el maíz empaquetado para recordarle papá la cocina de su pueblo olvidado.

Paredes sucias paradas sobre una carpeta que debe ser aspirada cada sábado para que no se empape de las manchas que traen los pies al pisar las calles de allá afuera. La carpeta que todos desean fuera madera fina o azulejo pero es lo perfectamente suavecita para que un bebe aprenda a gatear o caerse sin sentir dolor. Las telas de la carpeta guardan basuras pequeñas que solo un perrito puede oler se convierte en el colchón más suave para echarme a dormir.  El piso que cobija las puntas de los pies de las paredes que habitan en un edificio en la cuadra llena de edificios entre miles de edificios que comparten hospedaje entre sí. Paredes con ventanas para ver el exterior con puertas para ocultar o dejar entrar hacia mi interior. Las paredes con poder que me llevan al lugar de una canción o algún olor. Las paredes sin poder que caerán al primer temblor, que olvidaran la nostalgia de cualquier historia y no podrán resistirse a cualquier intento de demolición.